por Santiago de Molina — Lunes, 20 de diciembre de 2010
“Lo social” ha tenido a lo largo de la historia, – pero más en los
últimos años-, significados tremendamente cambiantes. A pesar de que
Bruno Latour dejara claro ya en los años 80 que no hay nada físico, ni
propiedad, ni ciudad, a lo que pueda aplicarse verdaderamente el término
“social”, palabras como “vivienda social”, “participación social” o
“diálogo social” ponen de manifiesto los usos completamente distintos
que ha ido adquiriendo ese término desde entonces. Así las cosas, ¿Cuál
es hoy su verdadero significado en relación a la vivienda?.
Curiosamente, durante mucho tiempo la relación de la vivienda social
con la vivienda económica fue tan firme que por un instante llegaron a
parecer términos equivalentes. Pero hacer viviendas económicas no sólo
es una preocupación pública. En realidad, el coste de producción de la
vivienda de promoción privada es tremendamente parecido salvo por un
factor no despreciable: El suelo donde se asientan unas y otras. (1)
Así pues, si el precio de la construcción no determina la diferencia
entre vivienda colectiva y vivienda social, y como es de sobra conocido,
tampoco lo es el programa habitacional, dado que gracias a una
normativa suficientemente rígida apenas es permitida la innovación, el
suelo es el único factor sobre el que resta actuar para calificar de
social un conjunto de viviendas.
¿El único factor?, ¿o nos estamos olvidando de algo?
Es evidente que sí. Basta ver que en realidad la vivienda social ha
sido durante mucho tiempo, sin más, la subvencionada. Y ese es el punto
en que se ha centrado la mayor parte de la cuestión de lo social en
relación a la vivienda como eje central de su debate. La consecuencia de
esa equivalencia entre lo subvencionado y lo social es que no ha dado
pie a la injerencia de otros factores. Es decir, toda solución
habitacional subvencionada, fuera esta vivienda como fuera, cabía
considerarla como social. Aunque formulado en estos términos, el asunto
es, cuanto menos, escandaloso.
En una época de bonanza, sorprende cómo se ha podido hablar de
vivienda social incluso sin necesidad de referirla estrictamente a sus
fines. Por su parte, el esfuerzo de los arquitectos por participar en su
diseño ha resultado desigual y no siempre arraigado en el sentido
profundo del campo sobre el que intervenían. De hecho y para todos, ¿Qué
ha sido de la vivienda social una vez que la crisis he hecho su
aparición?. ¿Cuál ha sido la imagen que difundían esas arquitecturas?.
Las respuestas son tan incómodas como necesarias. Y volver la vista
atrás, una responsabilidad.
Por todo ello seguramente nos encontramos en una encrucijada
especialmente interesante respecto al tema. Y a varios niveles: Desde el
punto de vista de la ciudad, apenas es comprensible que pueda darse ya
vivienda social dentro de planeamientos urbanos con condiciones de
conexión y densidad verdaderamente incompatibles con las relaciones
sociales (2). Por tanto las condiciones urbanas debieran reforzar en
primera instancia los vínculos más elementales para promover cierto
sentimiento de pertenencia a una ciudad o a un barrio, y reformular con
amplitud de miras su relación con su emplazamiento, comprendiendo que la
vivienda social tiene sentido cabal en contextos capaces de darlas
abrigo.
Por otro lado, es necesario entender la vivienda social como lugar de
auténtica experimentación, flexibilizando la actual rigidez normativa
para convertirla en oportunidad de desarrollo hacia futuros modos de
habitar. Igualmente entender la compatibilidad del espacio colectivo
dentro de la vivienda, los materiales y las nuevas formas de vida, como
ocasiones para la proposición de formas de habitar abiertas al
por-venir. Entender que existen otras superficies disponibles en la
ciudad con un potencial social elevado como el tejido del pequeño
comercio, y otros proclives a facilitar el intercambio: soportales,
patios, jardines, (3). O buscar lo social a través de una verdadera
flexibilidad tanto de tipologías como de espacios y la posible cesión de
usos habitualmente concentrados dentro de la vivienda hacia zonas
comunitarias.
Si a todo lo anterior se añaden los significados injertados en el
término social por parte de palabras como redes sociales y se gestiona
la participación del habitante gracias a esas nuevas herramientas, tal
vez pueda llegar revolucionarse incluso su sentido más profundo.
Santiago de Molina
arquitecto y docente madrileño hace convivir la divulgación y enseñanza de la arquitectura, el trabajo en su oficina y el blog Múltiples estrategias de arquitectura
(1) En este sentido la coyuntura económica actual en relación al
precio del suelo podría considerarse como una variable en cuestión.
(2) Si consideramos por ejemplo cuestiones de superficie, e
identificamos por social la vivienda de poca superficie, pronto aparece
la paradoja de que la vivienda pequeña es tremendamente cara… Al
respecto, los datos del Ministerio de Vivienda del año 2004 ponían de
manifiesto el precio de vivienda de menos de 30 m2 por metro cuadrado
era más del doble que si esta era de 60 metros cuadrados (4141 euros/m2
frente a 1702 euros/m2), fuente: Ministerio de Vivienda, 2004.
(3) Para ello el factor relacional entre superficie útil de la
vivienda y superficie construida total da idea de la posibilidad de
zonas de intercambio.
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